Disco
Imperial Jade: 'Please Welcome'
(Lengua Armada, 2015)
Imperial Jade son una banda del Maresme. Su música demanda el ejercicio de la memoria, pero desde una perspectiva que, como veremos, no es la del que entrega el cuadro a la languidez del museo, sino la de quien lo hace cobrar una vida nueva. Su propia estética, la portada de su disco y hasta los modelos de sus guitarras nos dan una pista del sonido que buscan.
Volver a los primeros 70 tocando rock es salir arriesgando: puede que la música ya no esté de moda y la estética de la época se haya convertido en la memoria de un sueño turbio, teñido por el humo de una gasolina que no dejaba de subir, pero en la memoria colectiva los artistas de los setenta se mantienen como una casta noble, inalcanzable, recubierta de un oro improbable, de una decadencia libre de la mala conciencia que acompaña las pesadillas de Milton Friedman. Esos artistas protagonizaron los pósteres de parados ingleses más combativos que los de hoy, e irrumpieron en las tiendas de discos censuradas y prohibitivas de una España en eclosión.
Sin duda, difícil composición simbólica para esperar irrumpir en ella y emerger victorioso. Y sin embargo, Imperial Jade habrían podido jugar en la misma liga que cualquiera de los grandes.
La banda muestra sus respetos por los Zeppelin, por Deep Purple, por el rock and roll instintivo del glam, pero tampoco ignora las guitarras de Hendrix o Zappa, los viajes de Wishbone Ash o Uriah Heep, la potencia desértica del rock sureño o las nociones mecánicas e industriales de Detroit. Y bajo todo eso, la fuerza innegable del blues, ese blues que tampoco olvidaban Kiss o Alice Cooper en un tiempo en el que el rock era un monstruo egoísta y bellísimo que lo devoraba todo.
El grupo se adueña de un sonido que ha cristalizado el Sol cuando era más grande, un símbolo de libertad más hermoso y más profundo.
Su debut nos recibe con 'Satyr' y esa nitroglicerina que lleva por bandera, seguida de un riff poderoso, festivo y recio. Enseguida nos damos cuenta de que, a diferencia de otros grupos retro (piénsese en los Queens of the Stone Age y compañía, que legitimaron el mirar tan atrás para la música de nuestra época) la banda no tiene miedo de adueñarse de todos y cada uno de los recursos semánticos a su alcance. Esta canción podría haber sido grabada en el 73, y sin embargo… ningún elemento nos da el nombre de una banda en concreto, sino más bien del universo artístico en el que estas crecían y se multiplicaban.
Después de unos cuantos riffs, que suben escalas con orgullo, aparece 'Mr. Rock and Roll', un esfuerzo glam más apegado a la herencia del rock original de los 50. Sus adornos denotan un dominio que no se entretiene solamente en la superficie sino que posee nociones profundas de la ars combinatoria que caracteriza los códigos musicales de aquella época. De la guitarra principal, borracha de distorsión, se destilan sonidos provenientes de las lecciones de Jimi Hendrix, sonidos de esos que juegan con la mente aun sin el maximalismo de las técnicas de producción modernas.
'A Rollicking Song' abre con un riff que, a pesar de su evidente simpatía, esconde algo más pesado y oscuro, como los cigarrillos y las cervezas que se beben al caer entre el polvo el sol de agosto. El juego con el estéreo y el sonido de las voces cuando la sección instrumental se apaga demuestran una gran capacidad de deleitarse con la propia música, de participar de la fiesta sacramental del rock con ganas y placer crecientes. Resulta extraño salirse del tópico y destacar algo más que su buen hacer en el estudio… pero en este sonido hay algo más que un simple juego técnico, pues hace aparecer el deseo de entregarse festivamente a la creación, de celebrar las propias capacidades sin pretensiones y con alegría.
Los sentimientos poderosos y felices continúan en 'High on you', un tema eminentemente corporal con espíritu de danza. La prodigiosa coordinación de los instrumentistas y el cantante y el gran respeto compositivo a las estructuras del blues convierten este tema en una manifestación impecable de los diferentes talentos individuales de la banda. La irrupción de la armónica es sorprendente y bienvenida: no estamos ante uno de esos grupos cuya voluntad de adornar interrumpa su capacidad de comunicar sentimientos, y desde luego tampoco ante uno de aquellos cuyo deseo de demostrar virtuosismo convierte sus aparentes volutas en líneas rectas, aburridas y secas: estamos ante una banda que cultiva el equilibrio, el juego delicado y la fiesta.
Son capaces de alternar secciones leves que se levantan con la ayuda de riffs gloriosamente compuestos
De repente, sorprende una aparición alucinatoria. Un espectro solitario que arrastra las cadenas de sus parpados cerrados. Un rayo en forma de guitarra, pleno y pesado, fuerza los ojos de ese fantasma (que somos nosotros) a abrirse a un mundo diferente, que excede con mucho los confines del hard rock habitual. Sombras de Rush y las técnicas psicodélicas de sus primeros tiempos abren 'Camel Ride' este tema largo y progresivo, que nos acerca a paisajes donde el sentimiento se aproxima al mecanismo, solo para volver en forma de visiones de otros tiempos (tan infinitamente lejanos entre ellos como de nosotros), de largos horizontes y de prodigios absolutamente inesperados. Sin duda, 'Camel Ride' es el plato fuerte del álbum: la voz traza un espacio con el que podemos identificarnos para que la potencia instrumental no nos arrastre a ninguna de esas extrañas fronteras de lo experimental, que en las circunstancias creadas por este album espantaría cruzar.
De ese juego de fronteras y caminos se encarga 'Highway', donde las guitarras deciden jugárselo todo (porque nada importa) y ganan, liberando una atmósfera ligera donde solo la libertad se condensa.
El disco se cierra con 'Fire Burning Sound', que hace cálida justicia a su nombre. Ciertos arreglos de teclado en la introducción recuerdan a Pink Floyd, pero pronto mutan en las fórmulas sonoras de los Purple más barrocos.
A lo largo de todo el disco sorprende cómo el grupo es capaz de alternar secciones leves que semejan estar próximas a desembocar en una decadencia hacia la vaguedad y sin embargo se levantan, poderosas, con la ayuda de riffs gloriosamente compuestos.
El sonido que inspira a Imperial Jade es el de una consciencia que se abre, de una adolescencia que florece.
A toda postura estética que busque fundamentalmente la emulación de modelos del pasado se le pueden plantear objeciones, pero en este caso yo no puedo hacerlo. No es sólo que Imperial Jade resista incómodas comparaciones directas con el sonido de una banda en particular, ni que sus miembros demuestren un enorme dominio de sus instrumentos, sino que estoy demasiado atado al sonido que persiguen como para criticarlos por ello.
Mientras el mundo crecía a mi alrededor me inspiraba la misma música que a ellos. Con el rock duro y progresivo de los setenta en mi cabeza una copa truncó por primera vez mi estómago, se descubrieron los horizontes amplios de las capitales extranjeras, se encontraron por fin mis labios con otros labios y suspiraron después, libres, para silbar quizá alguna de aquellas melodías gloriosas, para arrojar una sonrisa contra las rejas de algún muro. El sonido que inspira a Imperial Jade es, para mi, el sonido libre de una consciencia que se abre, de una adolescencia que florece.
Y, teniendo en cuenta su juventud, tienen tiempo de sobra para embarcarse en proyectos con los que traer al tercer milenio los sonidos del segundo. Entretanto, por mi pueden seguir en los setenta, trabajando sobre las bases sentadas en este álbum. No hay nada malo en resolver la querella entre antiguos y modernos a favor de los clásicos, si se hace bien.
Texto: Dimas F. Otero
Más datos en https://www.youtube.com/watch?v=inZD33jCW40&list=PLtV4FpY1b1OhxQan5gPcMRXfyo8ICRaxC