Disco
McEnroe: 'La Distancia'
(Subterfuge, 2019)
Existen distancias de todo tipo. Unas son cortas, otras, en cambio, resultan en extremo largas. Las hay que te separan del peligro, y algunas te acercan a abismos o a la calma. McEnroe ha optado por darnos la bienvenida a un espacio interior, el suyo. Un sexto álbum intimista y de impecable factura de los vizcaínos, para degustar frente al fuego o detrás de una ventana empapada de lluvia.
Un sonido de ambiente, en un bar presuntamente alborotado, acompañado de un lánguido piano. La inconfundible voz de Ricardo Lezón narra Seré Tú. El sonido, plagado de elegancia, como es habitual en la banda, acaricia los versos de Lezón, que rezan sobre un futuro esperanzador, alborotado de promesas, entre violines y guitarras acústicas.
El piano vuelve a levantar el telón. En esta ocasión la pieza se titula La Distancia del Lobo. McEnroe ha dado un ligero quiebro, tan sólo de perfil, respecto al majestuoso Rugen las Flores, que encandiló a seguidores y detractores. Ahora los vascos tienden aún más a vagar por pasajes desenchufados, adornados con arreglos de cuerdas.
Recuerdos, añoranza, mar y ciudades europeas comparten camino en este rock etéreo
En Asfalto (Libres los Animales) la prosa de Lezón apunta alto, al nivel de su mejores escritos, donde los recuerdos, la flora y la fauna se abrazan en una atmósfera de color trigo. Especial mención merecen los coros de Jimena, hija de Ricardo, que se acopla con incuestionable exactitud, como ya lo hizo en el disco en solitario de su padre, el estupendo Esperanza.
El compás y los sentimientos cambian con La Gran Belleza. Lo que suponemos que es, en parte, un homenaje al film de Sorrentino, es una canción más agitada que sus predecesoras, aunque los textos tienen un nexo común con el imaginario de Lezón; recuerdos, añoranza, mar y ciudades europeas comparten camino en este rock etéreo, tan bien facturado por los de Getxo.
Luz de Gas hace honor al espíritu de su título. El corte tiene todo lo que una composición intimista ha de poseer. El piano, casi omnipresente, ondula un tiempo comedido, una letra cercana a la letanía, a la invocación de un pasado. Es un pasado añorado, aunque en realidad no fuese mejor que el presente.
La apuesta de hacer un elepé introspectivo continúa hasta el final de este La Distancia. Las Cerezas es un anhelo de otra vida, no se sabe si pretérita o futura, pero en la que la naturaleza y los pinzamientos del corazón son tan importantes como la sangre que recorre nuestro interior.
La Vereda es de lo mejor del disco. El discurso sigue intacto, pero la melodía está por encima de la media, y los coros, otra vez, hacen que el tema emerja, triunfante, en la sombra de cualquier recodo, de cualquier paraíso.
Disco excelente de los vascos, aunque no tiene mucho en común con su anterior trabajo
De un paraíso, seguramente perdido, versa Luciérnagas. Como la obra de Milton, este corte posee poesía que te puede llevar a las estrellas, o bien introducirte en la oscuridad más opaca. Instrumentalmente mínima, apenas una guitarra y una caja, es de lo más inspirador del plástico.
El Buen Invierno cierra el disco. Escuchamos un himno a la noche, cantado en voz queda. La música flota, como la hacen flotar Sigur Ros, entre cuerpos celestes y luces del ocaso.
Trabajo excelente de los vascos. No tiene mucho en común con Rugen las Flores, pero en el buen sentido de la frase. Sí, sé que resulta casi imposible firmar una oración así, pero es que McEnroe vuelve a dejar patente que es posible grabar un disco sobresaliente sin prostituir el espíritu y, a su vez, plasmar composiciones con un discurso distinto. La distancia aquí es más cercana, más arriesgada, pero sus miembros salen triunfadores.
Texto: Carlos Rodríguez
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