Disco
No Dogs: 'Endless'
(Lengua Armada, 2015)
Cuando el cielo arde, se arrastran nubes de color extraño y la fiebre se adueña de la salud pública, ¿qué bardos quedan para dar cuenta de las glorias y miserias de los noctámbulos? Mísero de mi, creía que ningún grupo en nuestro país sería un candidato para tal posición, pero No Dogs me han demostrado magistralmente mi equivocación, bañando mis tímpanos en el calor y terror de otros mundos posibles.
Su música pinta un mundo humano a 38,5º de temperatura, repleto de miedos y deseos; mundo de crueles valses en el salón de baile del interior del cráneo, ejecutados al ritmo de un blues del recuerdo de mil noches canábicas (como cuando ese humo negro de las hogueras de leña verde se mezcla con las nubes de tormenta y las langostas bíblicas, más o menos).
La fiebre que su poética trae a la presencia suena tan antigua y vasta como el mismo mundo, y aun así, poderosa como si nunca se hubiese sentido. Su sonido, fresco por atemporal, contiene sin embargo una mirada de referencias a otros tiempos y otros artistas, porque ésta es una de tantas ocasiones en que, por genuino que sea el sonido de un grupo, resulta sencillo trazar su mapa genético.
Nos refiere a los grandes del rock de Seattle: Screaming Tress, Soundgarden y Alice in Chains
No Dogs nos refiere por composición y ejecución a los grandes hitos del rock de Seattle: Screaming Trees, Soundgarden y, sobre todo, Alice in Chains. Pero la producción es más redonda, más asfixiante, ahumada y tecnológica, menos preocupada por la autenticidad y más por la efectividad. Sin temor a exagerar, puedo decir que las soluciones que presentan en ese aspecto han llegado a recordarme a los Deftones y a Radiohead (puede, incluso, que Massive Attack), y que en general existe cierto poso “británico” y progresivo en la cimentación de este singular edificio que es Endless. Y no sólo eso: el blues y el soul son reconocidos como columna vertebral del rock por el grupo (un hecho raro en esta era de géneros hipertecnificados), lo que los lleva a invocar desde canciones de trabajo (esos maravillosos quejidos finales de 'Control') hasta heavy metal británico en sus temas, sin que ello suponga recurrir a artificiosidad alguna.
En 'Nine', por ejemplo, tenemos un riff inicial que, de no ser por su carácter truncado y su distorsión, podría recordarnos al metal de los 80 (gente como Iron Maiden o Trouble y la escena underground estadounidense), en un contexto mucho más propio de ese otro Seattle que, tan juguetón, permaneció, para muchos, oculto tras la figura insalvable de Nirvana y del que ya mencionamos algún miembro destacado con anterioridad.
Pink Floyd y Tool hacen también acto de presencia desde este primer tema. Y, aunque a más de uno le parecerá que es mera pompa y atrevimiento nombrar a tan técnicos y experimentales gurús a la hora de hablar de un grupo tan poco conocido, yo escucho un talento genuino, que quizá pronto pueda medirse con el de cualquier gigante, en cada uno de estos temas y en todos los músicos de la banda.
La escucha del disco resiste cualquier intento superficial de categorización
'Train' continúa, con cierto fetichismo por la temática blues muy relacionado con la posición estética de Mark Lannegan (y de David Gilmour), que dejan lugar a la epónima vaharada de humo, Endless: canción de viaje precisa y preciosista, con los altos y los bajos que garantizan que cualquier monotonía de las carreteras del espíritu se va a ver destruída. 'Violence', haciendo honor a lo que su nombre nos evoca, constata la capacidad del grupo de poner al oyente entre la espada y la pared. La fiebre que conquista el disco consigue con este tema alterar los ritmos del corazón, que de repente se queda frío con el comienzo de Anyway, hasta que el bajo hace acto de presencia, como dos brazos de ectoplasma meciendo una cuna perversa, regulando de nuevo un ritmo que se había perdido entre las nubes. Con este tema podemos comprobar también como a pesar de traernos tantas cosas a la memoria, las impresiones que deja la escucha del disco resisten cualquier intento superficial de categorización.
'On the Radio' rompe, de hecho, cualquier esquema trazado, esgrimiendo las clásicas tonalidades agresivas que la metamorfosis de Seattle operó sobre punk y metal. Seguramente sea el tema de mayor agresividad, el más malvado, pero también el de mayor libertad del disco: si no a nivel estructural, sí desde luego sentimental.
El espejo deformante revelado en el anterior tema elabora los curiosos reflejos que 'Control' traza con las sonoridades soul que toma como base: después de la intensidad terrible de la canción que la precede, esta suena como suena la calle desde la puerta de un bar: fría, oscura y llena de preguntas. De ahí en adelante el álbum sigue sin perder ni ganar nada más de lo ya reseñado, hasta llegar al uacute;nico tema acustico, 'My Love is Crazy', que recuerda a Lannegan y a PJ Harvey en su uso del blues como estructura mínima en torno a la que narrar historias de esas que suenan a sudor y a viento.
Este grupo sorprende mejor que el tahúr más traicionero: cuando uno piensa que las cartas están todas sobre la mesa, saca alguna de entre esos recodos sobre los que sólo arrojan luz las estrellas y la pone delante de ti, ganando la jugada y de paso leyéndote el futuro.
Nunca acabando de caer en los estándares del rock indie o alternativo moderno sí que poseen un cierto toque que los hace definitivamente conniventes con las sensibilidades de hoy en día y no un mero pastiche de influencias recicladas, algo que se aprecia muy claramente en los temas más soul pero que aparece como un tenue dibujo en todos y cada uno de los temas... algo que no puedo explicar y que quizá pertenezca más al ámbito de lo místico que de lo estético.
Lo que hacen ya ha sido intentado con anterioridad, pero no se puede dudar de que son artistas y de los buenos
En el aspecto técnico, la voz rota y suave, las sobresalientes guitarras (que brillan especialmente cuando se tornan metálicas), el bajo de hipnotizador, la batería blues y la producción electrónica de precisión suíza componen un cuadro que deberia ser verdaderamente envidiable para cualquier músico de rock. Si tan sólo fuesen de Seattle, de Oregon, de Sheffield, o de cualquier otro sitio... pero son de Madrid. Un poco de exposición, un poco de esfuerzo, un poco de suerte y los que ya hoy disfrutamos de ellos veremos expandirse la buena nueva.
Podriamos decir que lo que hoy hacen ellos ya ha sido intentado con anterioridad, o que su dependencia de los modelos que siguen es profunda... a los que mantengan estas opiniones para evitar tener a grupos como éste en cuenta les insistiré con mi matraca habitual de que el discurso de géneros fracasa en tanto que el mensaje artístico, si es realmente artístico, es atemporal. Y no se puede dudar de que No Dogs son artistas, y de los buenos, de esos que conocen la aventura, el viaje y su narración, y nunca pierden de vista la gloria.
Texto: Dimas F. Otero
Más datos en http://www.nodogs.es