Disco
Tinariwen: 'Elwan'
(Wedge, 2017)
Las travesías por el desierto son duras. No hay agua y hay que hacer el triple de esfuerzo para avanzar por la escurridiza arena. Sin embargo los atardeceres y las madrugadas son instantes frescos donde los colores son indescriptibles. Una visión del ocaso del día en una duna es lo que me transmite Elwan, el último álbum del grupo tuareg Tinariwen.
Tiwáyyen inicia el disco con unas sugerentes notas de guitarra. Pronto se suman a las cuerdas el bajo, las voces y la percusión. Parece un ritual tocado por el espíritu rock. La melodía es suave pero se te adhiere a la piel como el salitre. Es simple e hipnótica.
Satanáqquám continúa con la tendencia psicodélica de su predecesora. Las voces de Abraybone y Abdallah, dos de los tres miembros que fundaron Tinariwen en 1979 junto a Mina Wallet Omar, toman las riendas de una música que parece un rezo, una reflexión, e incluso una acción de gracias.
Tinariwen gana en las distancias cortas
El tercio cambia levemente con Nizagh ljbal. La presencia de la guitarra acústica y de los arreglos electrónicos hacen de ésta una pieza distinta, pero que no desentona en absoluto con la apuesta de los oriundos de Malí.
Hayati podría haber sido un himno tarareado en un estadio de fútbol si los gustos populares fueran otros. Los inconfundibles coros, la marcial base rítmica y la serpenteante guitarra eléctrica aúnan, en este cuarto corte, lo mejor de los africanos.
Ittus nace con elegancia y nocturnidad. El Sol está muriendo definitivamente para el oyente de Elwan. Sólo voz y guitarra. Sólo tu cuerpo, tus pensamientos y los elementos que te rodean en la soledad. Una obra maestra.
Más ceremoniosa es Ténéré Táqqál. Bien podría ser una composición escrita para un rito de iniciación, bien podría ser el epitafio en un funeral. Ecléctica y adictiva. Imidiwán n-akáll-in es la noche salpicada por el fuego. Doscientos trece segundos que se hacen cortos.
Su séptimo disco es el más equilibrado y logrado
Talyat tiene posiblemente el comienzo más bello y acertado. El sello inconfundible del trabajo vocal y la repetitiva guitarra se suman al bajo y a la percusión para dotar a la canción de lo necesario para convertirla en parte del repertorio de Tinariwen. Cortes como éste son una elipsis de lo que llevan más de treinta años haciendo: buenas canciones.
Assáwat sube las pulsaciones con una base funk que la convierte en la más animada del elepé. Para los no iniciados el disco puede pesar a estas alturas, pero es indudable su calidad y buen gusto.
Tinariwen gana en las distancias cortas. No hay duda. Arhegh ad annágh es cauta y extremadamente corta. La expresión "lo bueno, si es breve, es dos veces bueno" fue creada para canciones como ésta. Es el ADN de los norteafricanos.
Hay una sorpresa. Kurt Vile y Mark Lanegan se suman a Tinariwen en Nánnufláy. El registro vocal del ex Screaming Trees casa a la perfección con las cadencias orientales, como ha mostrado en su dilatada carrera en solitario.
Fog Edaghàn (Ghost Track) es una canción dividida en dos partes. La primera es una versión realizada con flauta, mientras que la segunda es una pieza típica de Tinariwen, compuesta a base de percusión, bajo, guitarra y voces.
Elwan es, en suma, su trabajo más sólido hasta la fecha. Éste, su séptimo elepé, es el más equilibrado y logrado, donde destacan las melodías, que brillan por méritos propios, pero que son potenciadas gracias a la naturaleza sobria y austera de la grabación.
Texto: Carlos Rodríguez
Más datos en http://tinariwen.com/